Cleotilde se despierta entre asustada y agitada, siente que algo no anda bien -¡es tarde!- se dice a sí misma mirando al bulto que hay al lado suyo en la cama, lo mueve con una mano, el bulto se levanta.

 

 -¿Qué hora es? -pregunta Ana. 

-Es tarde; apresúrate, báñate y cámbiate, te espero afuera -responde Cleotilde.

Ana baja en el ascensor y llega al lobby donde la espera su mamá mirando con impaciencia el reloj.

-¿Listo? andando.

-¿Y el desayuno?

-En el aeropuerto, en esas tiendas que hay después de migraciones, ahí comemos algo.

 

Cleotilde y Ana llegan al aeropuerto con el tiempo justo para tomar el avión pero no con el suficiente para desayunar. No les queda más remedio que esperar al almuerzo que ofrece la aerolínea. 

Después de un vuelo tranquilo y un almuerzo regular, Ana y Cleotilde llegan a Londres. Aprovechan lo que queda del día para ojear tiendas y comprar algo de ropa y útiles de aseo, ya que por la prisa que llevaban cuando salían de San Juan, olvidaron las maletas. 

 

-Como me gustaría conocer Francia -exclama Cleotilde pensativa.

-Creo que tenemos tiempo para llegar a la estación y agarrar un tren que está por salir rumbo a París -responde Ana mientras ojea el reloj en su muñeca.

-¿Se puede ir en tren a París desde acá?

-Claro ma, construyeron un túnel subterráneo que conecta a Reino Unido con el resto de Europa, también se puede ir en automóvil.

-Increíble.

 

Ana y Cleotilde cogen un taxi y cuando llegan a la estación de trenes, les avisan que llegaron justo a tiempo para el penúltimo tren. Ubicadas en sus asientos, Cleotilde ve pasar una cara conocida, se gira para seguir al hombre y éste se ubica justo en el puesto de atrás. Cleotilde lo saluda

-Hola, ¿y tú qué haces acá?

-¡Sorpresa ma! -dice Ana. 

-Idea de tu hija como podrás ver -responde Claudio.

-No hay París sin algo de romance -dice Ana mirándolos.

 

Ana se gira en su asiento y escucha el beso que se dan Claudio y su mamá.

El tren se pone en marcha y pasado un tiempo de viaje la mayoría de sus pasajeros duermen.

Cuando Ana despierta, se da cuenta que el tren va en una especie de vías sobre el mar y éste, se ve calmo y con un azul brillante y claro. El tren lleva las puertas abiertas y justo los asientos de ella y su madre están cerca a la más grande. Ana despierta a Cleotilde para que contemple la belleza que ella está presenciando. Cleotilde mira con asombro y confusión.

 

-¿No dijiste que era un túnel lo que conectaba a la isla con el continente?

-Sí, pero supongo que esta vía es nueva y que la hicieron por la gran demanda de pasajeros que había. Ahora deben estar funcionando las dos opciones y nosotros tuvimos la suerte de tomar justo el tren que pasaba por ésta.

-¿S para qué tendrán las puertas abiertas?

-No lo sé, debe ser algo técnico, pero al menos nos ajustaron los cinturones de seguridad mientras dormíamos.

-Sí, veo.

 

Se empieza a divisar una especie de isla y a medida que el tren se acerca a ésta, empieza a entrar agua por las puertas y parece que el tren se hunde, pero aún sigue avanzando. Ana levanta los pies para no mojarse en contraste con muchos de los pasajeros que se levantan de sus asientos y comienzan a sacar los equipajes de los compartimientos que hay en la parte superior, mientras el agua les llega a las rodillas; todos están tranquilos, y parece algo natural o rutinario. Ana mira con extrañeza y cuando va a hablar con Cleotilde se da cuenta de que ésta y Claudio también se han puesto de pie, y aunque no están sacando el equipaje, si parecen estar esperando a que el tren se detenga. Cuando van entrando a la isla, hay gente que comienza a descender, sin que la máquina haya parado por completo. Ya en este punto el tren salió del agua y está en tierra firme. Ana mira a Cleotilde y Claudio

-¿Qué están haciendo?

-Necesito ir al baño, Claudio dice que aquí podemos bajar un rato.

-Pero si el tren tiene baños, ¿por qué no van aquí?

-Necesito ir a un baño mejor y que no se mueva

-No creo que alcancen

-Ya venimos.

 

Cleotilde y Claudio aún no vuelven del baño, y el tren comienza a ponerse en marcha; Ana desesperada sale del tren y corre a buscarlos. Ellos justo venían, pero el tren ya va muy rápido y no logran abordarlo. 

La isla no es más que una casa de madera sobre suelo de cemento y una roca gigante a un lado, es un lugar al que una persona no podría acceder por sí sola si está en el agua; pues parece un cubo gigante de concreto flotando sobre el mar y aparentemente la única forma de acceder a ella es por medio del tren, cuyas vías son visibles desde allí, y tienen una forma desconcertante, es como si se adaptaran al oleaje del agua. Ana está asustada, pellizca disimuladamente su brazo mientras terribles conclusiones vienen a su mente y se pregunta a dónde habrán ido todas las personas que se bajaron allí. 

 

-¡Uh! ahora les toca esperar a que venga el último tren. 

Ana se gira y justo al lado suyo, sentado sobre el borde de la “isla”, agitando los pies en el aire, se encuentra un hombre de pelo y barba gris, piel morena, sin camisa ni zapatos, y tan solo con una pantaloneta blanca con líneas rojas a los costados. 

 

-Disculpe señor ¿Usted quién es? ¿Qué lugar es éste?

-Mi nombre es Oblidio y soy el habitante de esta casa -responde Oblidio, mientras señala la única casa sobre el gran cubo.

Ana se gira para lanzar una mirada a Cleotilde, ella está recostada sobre la gran roca y mira a Ana con resignación.

-Pues esperemos el siguiente tren, no queda otra -dice Cleotilde.

Ana lanza una mirada de enojo a Claudio quien juega con un muchacho.

-Que suerte que perdieron el penúltimo y no el último, porque de lo contrario no sé hasta cuando les tocaría esperar. Ese ya no tarda -dice Oblidio.

Ana mira a Oblidio y gira de vuelta para decirle algo a Claudio, pero éste ya no está, en su lugar Ana ve a su padre jugando con el mismo muchacho.

 

-Mira, creo que este es el lugar donde nace el arcoíris -le dice el padre de Ana a ella, mientras señala una cascada de colores que cae en el agua y sale de ésta formando una línea arqueada de colores sin final.

-Así es señor, en esta isla nace el arcoíris y es la única parada del penúltimo tren, pero también aquí comienza el último.

 

El muchacho que jugaba con Claudio y luego con el padre de Ana, corre hacia la cascada y llama a Ana. Ella camina hacia él y tan pronto mira fijamente la extraña materia que sale del cubo y cae en el agua, se pierde en los colores. Nunca había visto algo igual, algo que la hiciera olvidar el enojo, el miedo y la desesperación que sentía, era como entrar en un mundo perfecto donde no le preocupaba perder el último tren y donde no recordaba a su primo que había muerto muy joven y con quien jugaba hace un rato su padre desaparecido.

 

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