Mientras se esconden en el platón de una vieja camioneta roja, Alexandra, Guillermo, y Daniel, intercambian miradas. Alexandra culpa a Daniel de lo que está pasando, y él lo entiende gracias a la tensión y el enojo que expresan los ojos de ella cuando lo mira.
-Alex, no fue mi intención, yo solo quería calmarlo -le dice Daniel a Alexandra- tuvo que haber sido algo más serio. Tampoco dije mucho, él ya estaba descontrolado cuando me acerqué, no quise decirlo como lo dije, pero no creo que sea por eso.
-Sí Alex, además él ya venía haciendo cosas muy raras -agrega Guillermo, para ayudar a su hermano-, recuerda que primero intentó escupir a la abuela y luego quiso bajarle los pantalones al abuelo, sabemos que él normalmente no es normal, pero hoy ha llegado a un nuevo nivel su singularidad.
Alexandra mira a sus dos primos, pero esta vez ya no hay una sola muestra de enojo en sus ojos. Lo único que queda es miedo.
Era el comienzo de las vacaciones de verano, y como cada año, Alexandra y Tobías debían ir a casa de sus abuelos por un mes para que sus padres pudieran pasar un tiempo a solas.
Los abuelos vivían en un pequeño pueblo a trescientos kilómetros de la ciudad capital. Para Alexandra era una aventura cada vez que iba a ver a la antigua pareja, pues el pueblito le resultaba interesante y cálido; pero para su hermano, la experiencia era diferente. Tobías era un chico tímido y reservado, en un principio sus padres pensaron que podría estar en el espectro autista, pero luego de varias consultas con especialistas, esta sospecha fue descartada. Su personalidad era de naturaleza retraída, y siempre buscaba la soledad, era callado la mayoría del tiempo, pero cuando hablaba trataba de ser claro y respetuoso. Su hermana no parecía prestarle atención y la mayoría de las veces ni siquiera lo tenía en cuenta para paseos o salidas con otros miembros jóvenes de la familia, pero nada le hacía más feliz a Tobías que quedarse solo para poder dibujar.
Alexandra y Tobías no eran los únicos nietos de la pareja de ancianos que vivían en aquella casa grande de madera blanca y vidrios celestes. El par de abuelos acostumbraba hospedar a sus cuatro nietos cada año durante el verano, los otros dos, Daniel y Guillermo, eran los mayores y siempre gastaban bromas al más pequeño de todos, Tobías, pero respetaban y cuidaban de Alexandra como si fuera su propia hermana.
Aunque Tobías era el más joven, en realidad en temperamento parecía el más maduro; él sabía cosas que ni su hermana mayor ni sus dos primos sabían, y evitaba contarlas para no dañar la felicidad constante que veía en ellos. Pero esta vez estaba callando algo muy grande, pues, aunque sus padres acostumbraban enviarlos a donde sus abuelos todos los veranos, este verano era diferente. Al ser tan callado y reservado, muchas veces pasaba desapercibido, y eso hacía posible que en muchas ocasiones Tobías lograra escuchar conversaciones entre los adultos que no eran apropiadas para él, cómo lo que escuchó de sus padres antes de partir al pueblo de sus abuelos.
Los padres discutían y no se percataron de que el niño los estaba escuchando, hablaron de despedidas y de últimas oportunidades, Tobías al oír entendió que habría una separación, esto lo afectó, pero no dijo nada a su hermana y como siempre hacía, volvió a callar.
Los padres no eran los únicos que hablaban sin darse cuenta de la presencia de Tobías, pues los abuelos también lo hacían, pero no solo ellos, los adultos en general parecían inmunes a la existencia del niño. Él era tan callado y reservado que los adultos lo olvidaban, ignoraban o pasaban de él sin querer, pues esa actitud no era propia de alguien de su edad.
Los abuelos hablaron de deudas, enfermedades, despedidas, y tristeza en general. Tobías escuchaba y callaba. Estaba más que claro que sus padres se estaban divorciando.
Una mañana en una de las conversaciones que los abuelos tenían sin saber que Tobías oía, hablaron de un cobrador que era bastante agresivo y violento con los deudores, al cual -según lo que entendió Tobías- ellos también debían algo. El niño no quiso escuchar más pues se llenó de temor y salió de forma desapercibida, tal cual y como había sido su presencia allí.
Mientras estaba en el jardín de la entrada dibujando, vinieron sus primos y su hermana a importunar, sus primos intentaron convencerlo para que fuera a pasear con ellos, le jalaron el pelo y confiscaron su cuaderno, pero Alexandra puso un alto a la situación, devolvió el cuaderno a su hermano y se fue con sus primos, dejando al pequeño tranquilo y en paz. Tiempo después un hombre vino a la puerta y timbró, el sujeto parecía no ver a Tobías, y este tampoco hizo nada para llamar la atención del extraño. Tras no ser atendido por nadie, el hombre soltó algunos improperios y se fue, y como siempre Tobías escuchó y calló.
Apenas el hombre dobló la esquina salió la abuela de los niños con cara de angustia y un sobre en la mano, miró a ambos lados de la calle y salió de la casa, parecía que intentaba alcanzar al sujeto, todo esto sucedió sin que se diera cuenta de que su nieto estaba sentado en el jardín observándola.
Al día siguiente los abuelos hablaban nuevamente entre ellos sin darse cuenta de la presencia de su nieto. El abuelo sugirió a la abuela que llamara al hombre que había venido el día anterior, la abuela estuvo de acuerdo con la idea, aunque en su cara se dibujó un semblante de preocupación. Cuando el hombre llegó, Tobías se asustó, pues recordó lo que este había dicho el día anterior, básicamente había amenazado con matarlos a todos, por supuesto esto era una forma de hablar figurativamente, pero Tobías era muy joven para entenderlo, y decidió que esta vez no iba a callar, pues para él era un asunto de vida o muerte. Desafortunadamente él era un niño muy tímido y hablar le costaba mucho, especialmente con adultos, pero quería hacer un esfuerzo, tomó a su abuela de la mano e intentó hacer que esta se agachara para susurrarle al oído, pero esta no entendió el gesto del pequeño, justo en ese momento entraron Alexandra, Daniel y Guillermo a la casa y vieron la escena. Para los jóvenes todo se veía como si Tobías estuviera molestando a la abuela, pues ellos vieron al niño tironeando la mano de la señora y con su cara apuntando hacia arriba y la boca haciendo un gesto de querer escupir. En cierta forma eso era justo lo que Tobías intentaba, pero lo que él quería escupir eran palabras, no saliva.
Mientras tanto para Tobías la escena era aterradora, él quería decir algo muy importante y no podía; al ver que sus intentos no daban frutos con su abuela, se decidió a intentar hablar con el abuelo, así que se dirigió hacia donde este estaba, palmoteo en la cadera del señor, pero este tampoco parecía entender, ya en este punto la desesperación se apoderaba del niño y este empezó a tironear de los pantalones de su abuelo. La abuela intentó calmar a Tobías, y es en este momento en el que el chico se percató de la presencia de su hermana y sus primos. Al ver a Alexandra el niño analizó la situación y llegó a la conclusión de que le costaba hablar porque tenía mucho por decir, así que decidió contar las cosas que había callado desde antes hasta llegar al punto importante.
-¡PAPÁ SE VA DE CASA! -gritó Tobías para que todos oyeran-. Los escuché hablar de una separación, papá se quiere despedir de nosotros -dijo después ya un poco más calmado-. Los abuelos tienen deudas por culpa de papá, le deben a este hombre -dijo esto mientras señalaba al cobrador, quien miraba todo con confusión-. Este hombre vino ayer y cuando se iba dijo que nos iba a matar -cuando terminó de decir esto el niño había empezado a hiperventilar.
Al ver a su pequeño primo tan inestable, Daniel corre para ayudar a su abuela a sostenerlo y mientras hace esto le dice al niño que sus padres no se están separando, que es algo más serio lo que está pasando. En ese momento Alexandra grita el nombre de Daniel y Tobías se desmaya. El cobrador corre a alzar al niño y dice a los abuelos que hay que llevarlo al hospital.
Los tres adultos salen de la casa con el niño inconsciente, mientras Alexandra, Daniel y Guillermo se quedan en silencio. Segundos después el abuelo regresa y dice a Alexandra que va a llamar a sus padres para que vengan por ellos, la joven sabe lo que esto significa y sale corriendo.
Oculta en el platón de una vieja camioneta roja, Alexandra es encontrada por sus dos primos…
… Daniel y Guillermo notan como la mirada de su prima cambia del enojo al miedo y tratan de animarla.
Tobías pensaba que él era el único que sabía cosas, pero en realidad todos saben más que él.
-Veo que yo no soy la única que los escuchó -le dice Alexandra a sus primos.
-Sí, pero ¿cómo llegó a la conclusión de que es un divorcio y no lo que en realidad es? -preguntó Guillermo.
-No lo sé, tal vez aún es muy joven para entenderlo, creo que él todavía no tiene noción de esas cosas.
-Pero si acaba de decir que el cobrador nos quería matar a todos -dice Daniel con algo de ironía.
-Él sabe de violencia y muerte por todas esas películas y series que ve a escondidas, pero no sabe del cáncer, o por lo menos no lo entiende completamente -responde Alexandra y su voz se quiebra cuando pronuncia el nombre de la enfermedad.
-Yo no sabía lo de los abuelos -dice Daniel.
-Yo tampoco, supongo que se endeudaron para ayudar a papá a cubrir los gastos de las quimioterapias.
Mientras los tres primos se ocultan en la parte trasera de la vieja camioneta, los padres de Alexandra y Tobías llegan a casa de los abuelos sin entender muy bien lo que está pasando.
Los abuelos llegan con Tobías y el cobrador, saludan a los padres de los niños y los presentan.
-Señor C, ellos son mi hijo menor y su esposa, son los padres de Tobías y Alexandra -dice el abuelo.
-Un gusto -dice el cobrador, asintiendo hacia la pareja de esposos.
-El gusto es mío -dice el padre de Alexandra y Tobías, mirando al cobrador.
-Bueno, yo los dejo para que puedan hablar, espero que el niño ya esté mejor -se despide el cobrador y sale de la casa.
Por fin solos, los padres interrogan a los abuelos y buscan aclarar todo.
-¿De dónde habrá sacado que nos estamos divorciando? -pregunta la madre.
-Dijo que los escuchó -responde la abuela.
Ya con esto los padres entendieron y dedujeron qué conversación había escuchado el pequeño.
-¡Oh Dios! Seguro escuchó cuando hablábamos del tratamiento para la caída del pelo que vas a hacerte en el exterior -le dice la esposa al esposo.
El hombre mira a sus padres y les cuenta sobre su pérdida de pelo. Les dice que se está haciendo un tratamiento actualmente en el país, pero que este no funciona, ya que su pelo se sigue cayendo y él no ve ninguna mejoría, así que quiere probar con una técnica más avanzada que solo está disponible en el exterior.
-Le dije que tal vez las vacaciones de los niños deberían ser más cortas, ya que no tendrán la oportunidad de ver a su padre en más de un mes -dice la esposa a sus suegros.
-Y yo dije que “me alcanzaría a despedir tan pronto volvieran de casa de sus abuelos” -agrega el esposo.
-Al parecer todo es un malentendido -dice el abuelo-, ahora que lo recuerdo, Tobías también dijo que el señor C era un cobrador al que debíamos dinero por tu culpa -le termina de decir el anciano a su hijo y a su nuera.
Todos se ríen.
El señor C en realidad no era un cobrador, era un comprador al que los abuelos le habían vendido su casa, pues tomaron la decisión de viajar y adquirir un apartamento más pequeño y menos demandante para pasar su vejez. Tobías escuchó que su abuelo culpaba a su padre por la demora en el traspaso de las escrituras, ya que este se había tardado en firmar la aprobación del negocio, pues la casa estaba a nombre de los dos ancianos y sus dos hijos.
La abuela se había sentido terriblemente avergonzada por la tardanza, y ese había sido el motivo de su preocupación en la mañana cuando llamó al señor C.
-Entonces Tobías creyó que se iban a divorciar y que debíamos plata al señor C. Me pregunto qué se llegó a imaginar Alexandra -dice el abuelo-. Hablando de ella, ¿dónde está?
-Daniel y Guillermo tampoco están -dice la abuela.
No terminaba de hablar la señora cuando llegaban sus tres nietos faltantes.
-¿Cómo está Tobías? -pregunta Alexandra sin saludar a sus padres.
-Está arriba empacando sus cosas, ve por las tuyas, tenemos que irnos -le dice la madre a la hija.
Alexandra mira a sus padres con los ojos húmedos. Su madre entiende la mirada y antes de que la joven pueda decir algo, la interrumpe con un -hablamos luego-. Alexandra sube para empacar sus cosas y se encuentra con su hermano, lo abraza con tristeza, pero este responde con indiferencia.
Nuevamente los adultos habían conversado sin percatarse de la presencia del niño, así que Tobías ya sabía todo, pero por razones que solo él conoce decidió volver a callar.