Permanecí media hora sentada sin decir palabra, mientras escuchaba la cantaleta de mi esposo, esta vez parecía en serio, no estaba jugando con las palabras, ni tratando de buscar excusas para entender mi comportamiento y luego perdonarme, como era ya costumbre. Esta vez no, esta vez dijo la frase a la que tanto temía y que en realidad nunca pensé que él sería capaz de pronunciar.
-Quiero el divorcio.
Solo escuché “divor” y sentí un gran estrujón en mi pecho, y para cuando escuché “cio”, ya estaba fuera de mi misma.
No sé de dónde sacó el coraje para decirlo, yo sabía cuál había sido mi error, y sabía que había cometido muchos errores del mismo tipo durante nuestro matrimonio. Pero él siempre me perdonaba. ¿Qué hacía que esta vez fuera diferente?
-Estoy cansado -dijo.
No dijo más, pensé que seguiría regañándome, pero vi su expresión de agotamiento, era una expresión que nunca le había visto, y así supe que era el fin.
Cuando firmamos los papeles de divorcio, fue un día especialmente caótico porque fue el mismo día en que se casaba mi medio hermana, la favorita de nuestro padre. Era un día molesto evidentemente. Asistí a la boda y no le conté a nadie que había acabado de firmar la culminación de quince años de matrimonio. No lo hice porque me importara acaparar la atención, pues eso no me hubiese impedido gritar a los cuatro vientos de haber sido una buena noticia, pero no era una buena noticia, era mala, vergonzosa y molesta. No quería atraer la atención de nadie en forma de compasión, o de burla, porque lo admito, a más de una solapada le habría encantado saber en ese momento que mi matrimonio se había acabado, en especial a mi medio hermana.
Pero igual tarde o temprano se enteraría.
Y el día llegó, más temprano que tarde.
-¡Qué ironía! -dijo la estúpida con un suspiro burlón.
No quise darle la satisfacción de verme triste o acongojada, que era como me sentía, pero no lo iba a demostrar, ni aunque perdiera la última gota de orgullo que me quedaba.
Decidí viajar, y no se me ocurrió mejor idea que ir a Orlando, Florida en los Estados Unidos. No sé qué neurona en mi cabeza se desconectó durante el proceso mental que me hizo tomar esa decisión tan ridícula, pero me pareció una buena idea en ese momento. Entonces, empaqué poco equipaje y partí.
Mientras pretendía disfrutar de mis vacaciones, me llegó una noticia que cualquier persona normal habría celebrado, pero yo lo sentí como un golpe más del universo irónico y cruel. Mi medio hermana estaba embarazada.
Una de mis más grandes frustraciones siempre fue el no haber podido convertirme en madre, y fue algo en lo que no tuve control, por más intentos que hubo en mi matrimonio, no logramos concebir, y para cuando descubrimos la razón, ya nuestra relación estaba muy fracturada, así que no buscamos otras formas.
Es curioso, como siempre cuando hay problemas de fertilidad en una pareja, a la primera que se señala es a la mujer. Y eso fue lo que hicimos con mi exmarido; asumimos que era yo la del problema, fui a distintos médicos constantemente y siempre me decían que todo estaba bien, ningún doctor parecía entender que pasaba, e incluso uno me sugirió que acudiera al psiquiatra y al psicólogo, ya que mi problema parecía ser mental. Mi entonces esposo perdía la paciencia, pues él también anhelaba ser padre, esto generó un conflicto muy profundo entre nosotros y es a partir de ese conflicto que comenzaron las infidelidades por ambas partes. No sé él, pero yo lo hacía por enojo y frustración, sentir que no era capaz de concebir me deprimía, y buscaba en otros hombres el consuelo que mi marido no me brindaba. Pero de pronto un día un olor tan fuerte que vino de la nada me hizo vomitar, tardé un tiempo en procesar lo que pasaba, hasta que me percaté de que no me había bajado la regla en más de un mes. Me alegré, pero inmediatamente también me asusté, ya que no había estado con mi esposo desde hace seis meses, sabía que no era de él. Después de meditarlo no me importó, yo era una mujer de 36 años, no era tan joven y sabía que los médicos considerarían este embarazo como riesgoso. Así que decidí convertirme en madre sin importar quien fuera el padre. Me armé de valor y se lo conté a mi marido, esperando un acuerdo de divorcio. Pero él me tomó por sorpresa cuando me abrazó y besó. Yo no le dije que el bebé era suyo, asumí que él sabría que no lo era, después de todo, tanto él como yo sabíamos que no nos habíamos ni mirado casi en más de medio año. Quise hablar claro con él, pero me di cuenta de que él sabía, sobretodo, cuando se agachó para hablarle a mi vientre y dijo:
-Desde ahora yo seré tu papá.
Con esto me dejó claro que no le importaba. Y tiempo después supe por qué.
Acudimos juntos a mi primera cita con el obstetra, entramos felices y salimos tristes, pues el embarazo era ectópico y por lo tanto el bebé no podría nacer. Esto derrumbó por completo a mi marido, quien se enojó cuando yo sugerí intentarlo de nuevo; recuerdo vívidamente lo que me gritó:
-Soy estéril.
No pensé que mi reacción sería la que fue. Me enojé, yo lo intuía, pero igual me enojé, más por la confirmación a mi intuición, que por sorpresa. Desde ahí todo terminó de descomponerse, casi no hablábamos, seguíamos casados para evitar ser juzgados, pero ya prácticamente ni nos importaba la existencia del otro, yo volví a salir con otros hombres, y en cierto modo, muy en el fondo de mi subconsciente buscaba un nuevo embarazo, pero este nunca llegó. Este modo de vivir sin vivir me hizo insensible e inconsciente, iba por ahí como en piloto automático y provoqué varias vergüenzas a mi ahora ex esposo, falté a varios eventos en los que debíamos mostrarnos cómo la pareja ideal y aún más grave, hablé de más con varias personas de nuestro círculo social. A él nunca le importó que yo estuviera con otros hombres, mientras nadie se enterara, e incluso me atrevería a decir que hasta eso me habría perdonado; pero con lo que no pudo lidiar fue con mi última imprudencia, la única que de verdad lo había lastimado, y no, no fue una infidelidad o que alguien lo supiera, sino que yo contara a otras personas sobre su esterilidad.
No quiero dar más detalles de eso, admito que me equivoqué.
Fui consciente de mi error en cuanto lo cometí, y aunque me angustié por las consecuencias, las asumí sin problemas.
Regresé de Estados Unidos y continué con mi vida, pero una amargura arraigada no me dejaba pensar claramente y esto afectaba mis responsabilidades diarias, mi trabajo era mediocre y nada de lo que escribía parecía interesante o incluso lógico. Soy escritora por cierto, olvidé decirlo, no sé si importa pero lo cuento.
Pasó un año en el que difícilmente sobreviví, cuando de repente vino mi medio hermana a verme, traía con ella un bebé y dijo que no podía criarlo. Así que planeó dejarlo conmigo. La estúpida se casó con un mafioso y ahora tenía que huir de la ley, no dijo si volvería algún día, solo me dejó unos documentos, el contacto de un abogado para tramitar la adopción y por supuesto al bebé.