Salía del cementerio, no recordaba muy bien porque estaba allí. Pero últimamente parecía el lugar indicado para encontrar la inspiración. Había algo en los muertos que me tranquilizaba, me gustaba pensar que era la paz en la que se encontraban, pero no, eso no era. Ya que mi predilección eran las tumbas de aquellas personas que por creencias populares y religiosas se pensaría que no descansan, sino que soportan un tormento eterno.
La idea de que estas personas estuvieran sufriendo las consecuencias de lo que habían hecho en vida me tranquilizaba, era lo que me daba un motivo para seguir con mis propósitos.
´´¿Cuáles eran estos?´´
´´Paz, justicia… a quien engaño…
PODER´´
No quería vengarme, no quería hacer el bien a los demás, no soy un justiciero, un juez o un ángel. Soy algo mucho más poderoso.
Aun y con todo mi poder, no sé a ciencia cierta si lo del tormento eterno es verdadero, aún no lo sé. Eso me enoja, y me hace actuar como actúo, la memoria continua de la ignorancia, me quita poder, me debilita. No me gusta.
Por eso soy como soy, busco que la gente me tema, aunque muchos confunden ese temor con amor. Pero no es amor. Dicen amarme porque temen ofenderme, porque saben que soy impredecible.
–No eres la muerte, Vitario Moiras –me dijo un día mi novia–. No te atribuyas poderes que no te corresponden. Lo que estás haciendo debe ser un delito.
–Si ni tú lo sabes, qué eres tan justa e igualitaria, no lo sabe nadie querida –le respondí con indiferencia–. Me conociste así, ¿por qué habría de cambiar? ¿Por ti?
Me acerqué y le di un beso en la mejilla al tiempo que ponía mis brazos alrededor de su cintura y le susurré al oído.
–Aunque debo admitir que me alteraste en algo. A veces me dejas sin tiempo.
Ella sonrió, lo hizo de esa forma que siempre lo hacía, una sonrisa que aún tiene y ahora veo tan poco; cada vez que la encuentro la tiene allí, en su cara.
–Sabes que no lo controlo –respondió ella a mi acusación–. Los tiempos los marca mi superior, yo solo soy una oficial. Y de hecho me llama el deber.
Se despidió con un beso y salió. Sin imaginar que esa sería la última vez en que podríamos hablar así.
Ella y yo somos opuestos perfectos y es por eso que nos vemos, aunque no hablemos.
Mi deseo de poder, empezó a través de pequeñas travesuras que hacía, pero poco a poco estas fueron escalando. Necesitaba que me conocieran, que me temieran o que me amaran si así querían engañarse. Mi ignorancia en lo que pasa después de la muerte me hizo proponerme a no esperar a ésta y hacer que pagaran en vida, fueran culpables o no.
Yo no mato, yo solo hago que deseen hacerlo. He hecho justicia, he vengado y también he engendrado mártires; no por amor o por odio, sino por capricho y poder.
Yo era de esos que no pensaba en nadie, ni siquiera en mi novia. Estaba con ella porque me hacía bien, y a diferencia de ella, yo no tenía superiores a quienes responder u obedecer, yo trabajaba por mi y para mi, sin jefes invisibles de los cuales llegaba un llamado y a los que nunca había visto, cómo era su caso.
Después de que ella se despidió y salió a trabajar. Me entraron deseos de hacer lo mismo, así que pasé por el cementerio en busca de inspiración, y fui a atormentar a un hombre sin importancia para mi ni para el mundo.
El hombre gritaba y amenazaba con quitarse la vida. Yo por mi parte estaba satisfecho. Aunque tan fuertes gritos alertaron a las fuerzas del orden, es decir, mi novia. Tuve que abandonar la escena más rápido de lo que quería. Y como de costumbre me crucé con ella mientras me alejaba del lugar. Pero esta vez no me dedicó la sonrisa acostumbrada, sino que pareció ignorarme por completo y sonreír en otra dirección.
En mi camino a casa no pensé un instante en eso. Procuraba no atormentarme con nada. De hecho, no pensaba ni hacía cosas que me hicieran sentir brevemente mal. Y nada me hacía sentir mejor que el poder. Por él vivía y por él existía. Sentía y siento aún, que el poder y yo somos uno solo. Nunca dimensioné la cantidad de éste que había adquirido, hasta ese día en que mi novia no me sonrió, cuando llegué a casa y leí una nota que me había dejado.
En ese momento comprendí hasta dónde llegaba mi poder y lo que generaba. Sin darme cuenta, había adquirido responsabilidades de las que no me podía desobligar. Y las cuales venía cumpliendo puntualmente sin quererlo.
Es más, no es que todo esto se me había adjudicado de un momento a otro, pues ya venía haciéndolo, pero fue solo hasta entonces que tuve conocimiento.
´´¿Era lo que quería?´´
´´SÍ´´
Todo ese poder era exquisito, aunque requirió sacrificios. Uno de ellos, mi noviazgo.
El hecho de que yo fuera su superior y de que ahora tuviéramos conocimiento de ello, era demasiado incómodo, especialmente, dada la naturaleza de nuestros oficios. Así que, lo más sabio fue separarnos, de todas formas seguiríamos juntos de algún modo.
Ninguno de los dos pudo volver a tener una relación sentimental con alguien más, ese era el precio de tanto poder, de por sí, también porque estábamos destinados el uno para el otro. Siempre enamorados, pero nunca juntos.
Aunque ya no volvimos a hablar, y ella solo aparece cuando yo se lo ordeno, como ya venía pasando, sin que nos diéramos cuenta.
La muerte y la vida están siempre en contacto, aunque solo se vean las caras por un instante cada tanto cuando hacen un intercambio. No hablan entre ellas, solo sonríen, asienten, y se van.
La muerte inspira a la vida y la vida gobierna a la muerte.
Ella es un mal necesario y yo soy un bien que muchos desprecian.
Querido Vitario Moiras:
Así como tu anhelado poder, yo soy lo que se siente bien pero hace mal, mientras tu eres lo que se siente mal pero hace bien.
Siempre opuestos pero juntos.
Kerin Caronte.